En
la introducción que Francisco Monterde elabora sobre el Rabinal Achí, también denominado “el baile del Tun”, El varón de Rabinal y El vencido, además de evidenciar
el momento en que es relatado por boca de Bartolo Zis, inscrito hacia 1850 y
traducido al francés, en 1862 por el abate Esteban Brasseur, se menciona
la notable correspondencia que guarda la disposición del texto maya, con la
estructura del drama ático. Y esta correlación viene a significarse en los
dos principios que Fernando de Toro retoma de Paul Ricoeur: el texto y el
discurso. Este "elemento de composición” que me gustaría resaltar, como lo
designa Pedro Bádenas de la Peña, en su estudio La estructura del diálogo platónico, es el agón.
Bádenas
de la Peña, menciona que el agón es el duelo dialógico entre dos antagonistas
que se enfrentan al defender dos principios que se oponen, rasgo que nos
recuerda dos de las instancias que Ricoeur otorga al discurso: la presencia de
un sujeto enunciador y de un enunciatario. Esta circunstancia es una
característica consustancial del drama griego, y del todo el teatro, por
supuesto, pero aclaro que me refiero a las formas clásicas, pues además de
proponer a los espectadores dos discursos contrarios: el de la autoridad y el
de la insubordinación, aporta el conflicto del drama. Este principio, como se
verá en la mención de las siguientes obras y en el Rabinal Achí, es resultado de un desafío. Se genera una pugna entre
el personaje que participa como sometido y el personaje superior. Y
frecuentemente es este último el que termina prevaleciendo, como se observa en el Rabinal Achí, tras el sacrificio del joven Queché.
Es muy
significativo recordar, en la obra de Sófocles, la lucha que Antígona y su tío
Creonte sostienen al exigir la protagonista que el cuerpo de su hermano Polinices
sea sepultado y reciba las libaciones. Finalmente Antígona desobedece al orden
superior y es condenada a morir dentro de una cueva; pero su final viene cuando
es ella quien termina ahorcándose frente al cuerpo ensangrentado de Hemón, hijo
de Creonte, que al conocer el edicto de su padre, prefiere atravesarse con su
propia espada. Así mismo se puede mencionar el alegato entre la esfinge y
Edipo, que también recrea Sófocles. Aquella, queriendo perder al protagonista y
a toda Tebas, lanza su acertijo; enigma que Edipo sabe contestar y que,
contrariamente, le trae la perdición. José María Lucas de Dios, en su texto Estructura de la tragedia de Sófocles,
distingue tres tipos de agón:
1.
El agón de búsqueda y persecución: este se desarrolla cuando el
protagonista va en busca de su contrario para destruirle.
2.
El agón de expulsión: es en el que se desea excluir a un personaje
valorado como nocivo. Un claro ejemplo de este agón es la disputa entre Medea,
Jasón y Creonte.
3.
El agón de lucha: es el más frecuente en la representación teatral y
es el que se observa en la mayoría de los dramas clásicos y en el que
interviene, sobre todo, la palabra. Este es el énfasis de los actos
perlocutorios que describe Ricoeur en el principio del discurso.
Es esta última categoría, que incluye la tercera instancia agónica, es
la que se advierte en la obra maya, a través de la lucha dialéctica que
sostienen sus personajes. Los tres cuadros del acto primero, presentan la
llegada, desafío y captura del joven Queché a manos del joven de Rabinal,
además de la audiencia y ataque que procura el cautivo contra el Jefe
Cinco-Lluvia, gobernador de la ciudad de Rabinal. Ya en el segundo acto se
observa la conversación del joven Queché con el Jefe Cinco-Lluvia y los favores
que este concede al prisionero antes de ser sacrificado. En la primera parte,
el agón se inaugura con el enfrentamiento entre el joven Rabinal y el joven
Queché. Cuando este se encuentra cautivo, ambos guerreros empiezan departir y
aquí se evidencia el carácter referencial del discurso. El joven Rabinal acusa
a su adversario, primeramente, de haber imitado “el grito del coyote, del
zorro, de la comadreja y jaguar, para atraer a los niños de Rabinal, de los
cuales asesinó una decena. Seguidamente le recrimina el secuestro del Jefe
Cinco-Lluvia, que fue llevado a los valles Quiché y aprehendido “entre los
muros de cal”. Pero la principal afrenta del joven Queché es haber desafiado a
su enemigo, como Antígona a Creonte, y por eso será sacrificado. La segunda
categoría agónica se observa en el último acto. El joven Queché es favorecido
por el Jefe Cinco-Lluvia, pero antes le cuestiona; y concluido el
interrogatorio al joven Queché le son entregadas las doce bebidas Ixtatzunun, el manto tejido por la
esposa de Cinco-Lluvia, la danza con la Madre de las Plumas, el enfrentamiento
con los doce jaguares y las doce águilas, además de los 260 días que se dilata
el sacrificio. Finalmente, el personaje regresa y, como todo aquel que desafía
a la autoridad, es exterminado.
Por otra parte, está la obra Los
enemigos de Sergio Magaña, quien pese a ser un novelista y dramaturgo
prominente, presentó a la escena una de sus obras menos afortunadas. Pieza que
empero tiene como marco referencial el Rabinal
Achí y que otorga a la música y a la danza una posición destacada como el
texto primigenio, más que vinculada a este, como lo menciona Emilio Carballido,
se sostiene por los referentes metatextuales del drama shakesperiano. Y basta
con leer el primer momento de Los
enemigos, que expone las relaciones furtivas entre Queché y Yamanic Mun,
prometida de Rabinal, para reconocer la reelaboración de la segunda escena del
segundo acto de Romeo y Julieta,
personajes que, como Rabinal, obedecen más al instinto y no al bien común como
los del texto indígena. El joven Rabinal de Magaña, por momentos también evoca
al Werther de Goethe, vehemencia más cercana al romanticismo, que a su carácter
mítico. Otro punto que resulta fundamental es la manera en que Queché es
apresado por su enemigo. Este, a diferencia del texto maya, es instigado por
los funcionarios contra el joven Queché y no es este el que de manera directa
provoca la ira de Rabinal. Esta circunstancia, a diferencia del Rabinal Achí, genera el primero de los
agones que se han mencionado: el de búsqueda y persecución. Rabinal va a la
caza de Queché, pesquisa justificada por todas las calamidades que ha
provocado. Por último, en el texto de Magaña, la acción del sacrificio no es
valorada como un ritual necesario que permite la regeneración y la continuidad
de los ciclos, sino como un acto de venganza de Rabinal contra
Queché.
A este post le falta la contribución teórica de Fernando de Toro.
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