domingo, 18 de agosto de 2013

EL OTRO QUETZALCÓATL

Escrito hacia 1968, Quetzalcóatl es un texto que mediante la mixtura de la tradición oral y el privilegio, aunque inédito y desafiante, de la representación, expone el desarrollo del mito de la deidad teotihuacana.


Rodeada por una atmósfera grave y primitiva, Quetzalcóatl inicia in extremis: el último tolteca evoca el extinto esplendor de su cultura; finalizado este pequeño prólogo, que termina de significarse con la escena de un alumbramiento, en el que el personaje de la partera instruye al recién nacido sobre la fugacidad del ser, la acción se sitúa, pareciera, pues no lo señala el texto, en un Calmécac, institución que, como lo menciona Laurette Séjourné, en su estudio Pensamiento y religión en México antiguo, estaba consagrada a Quetzalcóatl. Y este es el motivo, que evidentemente Luisa Josefina Hernández aprovechó, por la que el personaje que funge de maestro instruye a los tres jóvenes sobre la deidad.

 
Es aquí que la acción retrocede para presentar algunas de las andanzas de Quetzalcóatl, como su descenso al Mictlán: en él, pide a Mictlantecuhtli los huesos con los que será conformado el hombre; y así, cual Heracles, Quetzalcóatl es puesto a prueba: para conseguir los huesos, debe lograr que el caracol de Mictlantecuhtli emita sonido, además de darle cuatro vueltas a su “círculo precioso”. Para completar la tarea, y mientras Quetzalcóatl gira el anillo de Mictlantecuhtli, la deidad es auxiliada por un gusano, que agujera el caracol, y por un abejorro, que lo hace sonar. Asimismo, se presenta otro personaje fundamental para la acción: el nagual, que posteriormente será llamado Xólotl, figura que se desprende de Quetzalcóatl y que partir de esta circunstancia funciona como álter ego de aquel, convirtiéndose así en el otro Quetzalcóatl. El nagual, después de sufrir el ataque de los dioses subterráneos y de un grupo de codornices, consigue los huesos que posteriormente son pulverizados, con la ayuda de la Cihuacóatl, en Tamoanchan, y sobre los que Quetzalcóatl vierte su sangre para crear a los hombres (los macehuales).




















             Además de intervenir en la creación, robo del maíz y adiestramiento de los hombres, como equivalente de Quetzalcóatl, el nagual también tiene una participación similar a la del donaire del Siglo de Oro. Jesús Gómez, en su artículo “Una visión sobre el personaje del gracioso en la crítica actual”, establece que la figura del donaire, no la del simple, que pertenece al paso y no a la comedia, además de ser el sirviente del protagonista, es un personaje semejante, pero en un tono risible, a su amo, como lo es el nagual a Quetzalcóatl; aquel imita al numen, pero exhibiendo sus características burlescas, deplorando la creación del hombre y mofándose de la labor de los siete artistas. Este vínculo, que Jesús Gómez define como un “dualismo complementario”, se refrenda momentos antes de concluir la primera parte de la pieza: Quetzalcóatl envía a la tierra, metamorfoseado en Xólotl, al nagual, bajo el mandato de advertir “el conocimiento de la aventura del hombre”. Xólotl desciende a la tierra, pero, como en el mito primigenio, y al igual que el Sansón de los “Jueces”, es tentado con el orgullo, el licor de maguey y con su hermana Quetzalpétatl, a la que se une; pero la acción que provoca la verdadera caída del personaje, acaece cuando Xólotl se observa a sí mismo. Sus enemigos, representados en los siete nigromantes, provocan que aquel contemple su reflejo. En el mito primario son Tezcatlipoca, el señor del espejo humeante, además de Ihuimécatl y Toltécatl, quienes provocan el deterioro del dios; Tezcatlipoca lleva el espejo en el que Quetzalcóatl se contempla.


















 
 








 

A lo largo de la tradición literaria, este tema ha aparecido de manera intermitente. Grandes ejemplos son los mitos de Medusa y Narciso. En el primero, cuenta Apolodoro, Polidectes, rey de Sérifos, enamorado de Dánae, madre de Perseo, desafío a sus allegados, entre ellos a Perseo, para que consiguieran presentes para Hipodamía, con la que planeaba casarse. A aquellos les pidió que llevaran caballos, pero a Perseo, y esto con el afán de deshacerse de él para quedarse con su madre, le pidió la cabeza de la górgona. Así, el héroe, auxiliado por Atenea y Hermes, se dirigió a las tres Fórcides, que a su vez lo llevaron con las ninfas. Luego de que estas le entregaron las sandalias aladas, Perseo fue en busca de la górgona, cuya característica principal era que petrificaba con la mirada. Y Perseo, como los nigromantes a Xólotl, provocó que Medusa contemplara su faz en un escudo de bronce. Otro ejemplo es el de Narciso. Este personaje, dice Robert Graves, era hijo de la ninfa Liríope, a quien Tiresias le advirtió que moriría cuando se contemplara a sí mismo. Luego de desdeñar el amor de la ninfa Eco y del mortal Aminias, que se suicidó pidiendo a los dioses que castigaran a Narciso, Ártemis provocó que este se contemplara en el río Tespia, al que cayó ahogándose.

 
A pesar de que en el texto de Luisa Josefina Hernández, la contemplación y la caída son fundamentales para la construcción del mito de Quetzalcóatl, la circunstancia no tiene consecuencias funestas como en los mitos anteriores, sino que contribuye a significar el dualismo de Quetzalcóatl; cuando Xólotl aprecia su caída y se aleja al mar para ser incinerado, viene la apoteosis: Xólotl es convertido en la estrella vespertina.



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