En 1960 Ingmar Bergman realizó el trigésimo de sus filmes: Djävulens öga (El ojo del diablo), obra que seguramente influenció, además del
texto de G. Bernard Shaw, y seguramente los de Zorrilla y Lord Byron, la pieza
de Héctor Mendoza: El burlador de Tirso,
en cuanto a que persigue, como sus antecesores, otorgar al mito del don Juan
una nueva significación; menciono además el filme de Bergman, porque ofrece una
secuencia de la visita del convidado de piedra, narrada por el propio burlador.
En la cinta, que se divide en tres actos, mismos que prologa un narrador, se
expone la molestia del demonio, que se materializa en un orzuelo, porque una
joven llamada Britt-Marie, hija
del religioso Pasteur, y que está próxima a casarse, se rehúsa a pecar. Y para seducirle,
el demonio envía a la tierra su arma más perniciosa para estos casos: don Juan.
Este, acompañado de Pablo su sirviente, es acogido por el religioso y su esposa,
no perdiendo oportunidad para tratar de corromper a la joven. Parece muy
simple, pues se aleja del enredo barroco, pero las disyuntivas y atmósferas que
Bergman desarrolla, como en todos sus filmes, son excepcionales. El video que
sigue, y que afortunadamente está en YouTube,
es la recreación que comento:
Francisco Tordera, en Teoría y técnica del análisis teatral, señala que para analizar la
función de cada una de las categorías, entendidas como signos, que participan
del acontecimiento teatral, es necesario comprenderlas como aquella “suma” que
unifica el sentido de la representación. Así, sugiere el esquema propuesto por el
semiólogo Charles Morris, que plantea que el signo debe valorarse en su relación
y correspondencia con otros signos, con objetos pragmáticos y con sus usuarios.
Esta división recae en los niveles: sintáctico, que se encuentra dispuesto en
los trece sistemas de signos que elucidó Tadeusz Kowsan: palabra, tono, mímica,
gesto, movimiento, maquillaje, peinado, traje, iluminación, accesorios, música,
sonido y decorado; semántico, que se encuentra configurado a partir del todo
polisémico de la representación: sentido del espacio escénico, de los
personajes, símbolos, índices e iconos; y pragmático, que engloba la
comunicación en la tríada autor-texto-receptor. Los tres estadios serán
advertidos en la obra de Mendoza.
·
Nivel sintáctico
Palabra y tono
El burlador de Tirso, por su pronunciado tono didáctico, evoca la mayéutica desarrollada
en los Diálogos de Platón, en los que
el conocimiento se genera a partir de las preguntas y respuestas entre el
maestro y el alumno. En el caso de la obra, es Raúl, el director, quien incita
a los actores a cuestionarse sobre el sentido del texto y sobre las estrategias
que implementarán para su concreción; es el personaje de Felipe el que sostiene
una destacada presencia en estas discusiones. Asimismo, por tratarse la pieza
de Mendoza de la obra marco y la de Tirso del objeto referencial, Raúl aborda
los principios capitales para el desarrollo del texto primigenio: explica a los
actores la función del verso y la minuciosidad de su medida, acentuación y
ritmo; también aborda la diferencia entre el papel y el personaje, el
soliloquio y el monólogo. Respecto a la palabra, es muy importante la discusión
que surge en torno al personaje de Tisbea. Verónica se pregunta cómo una
pescadora se puede expresar de la manera en que lo hace el personaje; es Mauricio,
el asistente del director, quien explica a la actriz la función de las
licencias poéticas.
Mímica, gesto y movimiento
Las acotaciones de El burlador
de Tirso, en cuanto a la mímica y al gesto, no denotan completamente las
acciones y actitudes faciales de los personajes, pero sí especifican, como
todos los textos dramáticos, las salidas y entradas.
Maquillaje, peinado y traje
Seguramente, y por tratarse de la representación de un ensayo, el
vestuario de los personajes debe estar compuesto por atuendos y
caracterizaciones sencillas. Por otra parte, pudiera ser que mientras ensayan
las escenas de Tirso, los personajes lleven utensilios que connoten los que
utilizarán en la “futura representación”. Un ejemplo de esto sería que Tomás y
Arturo utilicen palos de escoba en la escena del duelo.
Iluminación y
decorado
En el desarrollo de la obra es evidente que la iluminación juega un
papel fundamental, pues con el cambio de luces se determinan las transiciones
temporales que señalan Raúl y Mauricio y que provocan en el espectador una
sensación de progreso. En cuanto a la escenografía y decorado, las acotaciones
no son muy explícitas sobre su conformación, pero al tratarse de una
representación sobre un ensayo, se comprende que la obra se realiza sobre el
escenario; quizá el proscenio es aprovechado para que el director exponga las
indicaciones a los actores, mientras que en el escenario se desarrollan las
escenas de la obra de Tirso.
Música y sonido
Es al inicio de la primera jornada de la obra de Tirso que se
especifica, por medio de Mauricio, que se escucha música. Esto cuando Juan e
Isabel dialogan. Asimismo la música antecede el duelo entre Gonzalo y don Juan.
En cuanto al sonido, y a pesar de que no se indica, seguramente el naufragio de
don Juan y Catalinón y el monólogo de Tisbea al verse burlada, están acompañados del estruendo de las olas
embravecidas.
·
Nivel
semántico
Tordera, en esta segunda dimensión, describe todos los “objetos
operantes” que se incorporan y consolidan el sentido de la representación. El
teórico menciona el fondo simbólico del nombre de los personajes, la polisemia
de la puesta en escena y la funcionalidad del ícono, símbolo e índice. En el
primer caso, pudiera pensarse que los nombres de los que participan en la obra
no tienen una función connotativa, pero quizá el que estén desligados de toda
intención simbólica, permite el carácter verosímil de la pieza. Y me parece que
esta es también la razón por la que Mendoza se permite omitir los nombres de
los técnicos, pues concede toda la decisión al director real, así como él la
tomó al escribir su pieza. Otros aspectos que se pueden mencionar en este
nivel, son: la tríada de actores que se utiliza para presentar las variaciones
del don Juan, pues esto también se significa en la maduración que van teniendo
los actores durante los ensayos, y el carácter demoníaco que descubre Raúl en
Catalinón.
·
Nivel pragmático
Por último, la dimensión pragmática se materializa en la comunión que
existe entre el autor-texto-receptor. Héctor Mendoza viene a figurar en la
primera categoría a la que alude Tordera, pero a su vez el dramaturgo se
convierte en receptor de la obra de Tirso de Molina, sólo que reinterpretando,
como lo puede hacer cualquier receptor, el sentido del texto original. Es
evidente que Tirso de Molina buscaba generar en el espectador la experiencia
catártica, pues su don Juan, que en todo momento evoca a Calixto, funciona como
ejemplo de lo que no es lícito hacer. Mendoza también persigue aleccionar, pero
no a la manera de Tirso, sino que su intención, como ya lo decía, es más
didáctica y desacralizadora. Quizá, por una parte, pretende “poner en escena” aquello
que subyace bajo el escenario, además de otorgar al personaje del burlador,
desligándolo de su final paradigmático, un sentido que sólo concluye en la
conciencia de los espectadores.
Qué interesante lo de Bergman. No conocía la película y según yo, soy bien fan. Muy completo tu comentario. Es interesante ver comprobar cómo lo teórico se dirige de lleno a las obras. Algunos resultados serán más o menos afortunados. Y es que esta obra de Mendoza no era precisamente la mejor para utilizar el texto de Tordera. Pero algo ha resultado.
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