Adam Vensényi comenta
que precedentemente al arribo y desarrollo de la cultura ibérica al Nuevo
Mundo, la sociedad prehispánica había desarrollado un tipo de expresión
escénica, si bien no equivalente a la oficial pues, entre otras cosas, no se
exhibía frente a un espectador, vertida en el ritual propiciatorio y renovador.
Así, el autor menciona las “Guerras floridas”, en las que los prisioneros de
guerra eran sacrificados a Huitzilopochtli; posteriormente, también menciona, y
esto a partir de las impresiones de fray Diego Durán, los rituales, como el del
esclavo que durante cuarenta días representaba a Quetzalcóatl, para después ser
sacrificado, o la ceremonia en la que la figura principal era la diosa Xochiquetzal,
que adquirieron una naturaleza teatral más próxima a la que se desarrollaba en
el Viejo Mundo. Y como esta teatralidad, que comprende a la ilusión escénica y
representación, fue la desarrollada por Cortés en su empresa conquistadora; evoca
Versényi el encuentro, producto de la coincidencia, entre los emisarios de Moctezuma II y los
peninsulares, a quienes se les asoció con el retorno de Quetzalcóatl; y es por
esto que Moctezuma les envía los atavíos reservados a las deidades,
circunstancia que, de acuerdo al autor, fue muy bien aprovechada por Cortés.
Es
en este primer encuentro que menciona Versényi, se observa a un Cortés sagaz y
artero, rasgos que no corresponden al personaje configurado por Gorostiza,
siendo este un Cortés, cortés. Por otra parte, en la pieza también se advierte,
por boca de Coscateotzin, cuando están en Cholula, a un Moctezuma juicioso, que
no se deja confundir por “la señales” que acompañan la llegada de los
conquistadores; es por esto que Coscateotzin le confiesa a la Malinche el
ataque que planea el emperador contra Cortés y sus hombres. Pero el Cortés que
presenta Vensényi, como se decía, es la
antítesis del anterior. El teórico relata cómo el conquistador amedrentó a los
emisarios de Moctezuma con detonaciones, para después embriagarles, mientras
que Gorostiza presenta, en el primer acto, a un conquistador generoso, que
convida de buena fe a los indígenas y cuyo objetivo único es la evangelización.
Versényi,
además de exponer el sentido sacro que las culturas prehispánicas daban a sus
rituales y festividades, comenta cómo el teatro evangelizador recuperó algunos
de los elementos del rito, para adaptarlos a su carácter didáctico. En el
segundo acto de la pieza, cuando la Malinche y Cortés se encuentran en Cholula,
se observa este sincretismo: la mujer, aludiendo al sentido de la comunión que
les ha enseñado fray Bartolomé de Olmedo, le dice a Cortés que él se ha
convertido en el dios que ha entrado en su sangre y carne, evocando la
transubstanciación. Otros momentos de esta simbiosis cultural, es el que se
observa en el tercer acto: Cortés y la Malinche se encuentran fuera del palacio
de Coyoacán y el conquistador se encoleriza pues lee las inscripciones que los
soldados han escrito para injuriarle. Y preguntándole el conquistador a la
Malinche sobre el significado de estas inscripciones, la mujer le responde de
acuerdo al pasaje que se lee en el libro de “Daniel”, y que relata la caída del reino de Belsasar, a quien la
Malinche llama Baltasar, después de que una mano apareció trazando una
inscripción en la pared. Y el último ocurre al final de la pieza: luego de la
muerte de Catalina Juárez, que es muy similar a la venganza que comete Medea
contra la hija de Creonte, se escucha primero el rosario en lengua castellana y
después, recitado por la Malinche, en náhuatl. Es muy interesante cómo la
teatralidad de Cortés, que nunca termina de expresarse y que lo convierte en un
hombre generoso, provoca que la Malinche se transforme en la servidora de
Iberia, representada en Catalina Juárez, siendo aquella la maternidad telúrica
que engendra al mestizo. Es decir, a pesar que este Cortés dista mucho del
personaje oportunista y cruel que hemos conocido, me parece aún más peligroso
el de Gorostiza, pues revela el carácter demagógico que expone Versényi.