domingo, 27 de octubre de 2013

"EL ENEMIGO"

Aproximadamente son seis las tramas que componen El enemigo: la familia disfuncional a la que ha distanciado la frontera, un expresidiario que anhela la suerte de su tío muerto, el grupo que denuncia la arbitrariedad a través de las “pintas”, un par de sepultureros cuyo trabajo ha aumentado con la proliferación de la violencia, dos funcionarios corruptos y el director que, lejos de aludir sólo a un motivo metateatral, se convierte en el símbolo de la manipulación y del dominio. Es así que en El enemigo se intenta la extrapolación semántica del par de caracteres hegemónicos: la madre de familia que representa a la ciudad en peligro y que en algunas ocasiones nos recuerda a la Medea de Eurípides, pues su integridad la decide el director (Jasón, que a su vez obedece a la autoridad de Creonte), la figura que lo ha orquestado todo, es decir, la imagen del gobierno engañoso que manipula, como en una representación, la realidad y, como en una zona de guerra, el miedo.  
 


 
 



          “El miedo es el enemigo”, dicen los personajes; figuras que habitan un conglomerado de archivos muertos cuya verdad, pareciera, sólo se puede hacer evidente a través de la ficción. De estos archivos subterráneos, primeramente, surge la trama de la familia que ha sido alejada del padre y es muy significativo que los niños, cual Telémacos desamparados, lean, en compañía de su madre, que está a la espera como Penélope, las aventuras de Odiseo convertidas en cómic. Y es esa misma inquietud de los personajes homéricos la que rige a esta familia, sensación que en el niño más pequeño ha empezado a manifestarse en una frecuente incontinencia nocturna.
 

 

          Por otro lado está el grupo de jóvenes cuyas “pintas” aparecieron en la ciudad hace algún tiempo. En su afán por convertirse en un grupo de “coreutas gráficos”, se ven agredidos por la fuerza militar que también, hace algún tiempo, ocupó la ciudad. En escena, y a través de la resignificación de una silla vacía, observamos cómo este grupo es intimidado mediante la tortura. Y, como se ha dicho, todas estas vejaciones, que además tienen un referente real, son manipuladas a través del realizador que dirige al par de funcionarios, culpables de la suerte del grupo de jóvenes.
 
 
          Y una de las escenas, que como espectador me resultó más siniestra, es el monólogo del expresidiario que impreca y, algunas veces profana a través del baile,  el cadáver de su tío. El expresidiario, consciente de su miseria, desea estar muerto, pero su temor le impide realizar esa danza del Medioevo que equiparaba, a través de la muerte, a todos los hombres. El personaje realiza esta danza iniciatoria con el ataúd y después con el cadáver, pero la muerte se resiste a llegar.
 
 

 
          Y otros personajes, cuya caracterización se configura a partir del tema de la muerte, son los sepultureros. Al igual que el grupo de jóvenes, actúan a manera de coreutas griegos, enjuiciando  la creciente violencia. Un acto distintivo de estos hombres es su habilidad para desplatar botellas con la pala; rasgo que nos aterroriza aún más.  

          Por último, pese al entramado ominoso que presenta El enemigo, la conclusión nos ofrece un viso de optimismo. No lo hace de una manera evidente, si no a través del símbolo: la madre se aleja del director, incluso un sueño le revela la posibilidad de matarlo, y esto nos hace pensar en qué hubiera ocurrido si Penélope se decide a no esperar más a Odiseo.  
 

 


sábado, 26 de octubre de 2013

"LA RONDA DE LA HECHIZADA"

Enviada por la corona a participar del adoctrinamiento religioso, Dominga Parián, de profesión actriz, llega al Nuevo Mundo seducida por la poesía mística que descuella en Iberia. Acompañada de dos simples, Medoro y Ricelo, la actriz se encuentra con un territorio en el que conviven el aún latente pasado prehispánico y el represivo sistema clerical del virreinato. Dominga está frente a dos estructuras que, se percata, la poesía, lejos de confrontar, sincretiza. Se encuentra con una sociedad engañosa y lasciva, conductas en las que también participa el sistema religioso, representado por el inquisidor fray Lupercio de Cáncer.

 
       Roberto González Echeverría, en “Un claro en la selva: de Santa Mónica a Macondo”, elucida el origen y desarrollo de la narrativa latinoamericana a partir de la recuperación  del pasado mítico e histórico, sustancia fundamental que, de acuerdo a Echeverría, se aglutina en Los pasos perdidos, tomando posteriormente un cariz paradigmático en Cien años de Soledad. Todos los temas y recursos estéticos de la narrativa latinoamericana, comenta el autor, se encuentran resguardados, cual arcano, en un Archivo inmaterial que conjuga, como se dijo en clase, lo propio y  lo extranjero. Y este mestizaje de la tradición literaria es el ámbito en el que flota Dominga y que finalmente reconoce la autoridad, Felipe II, es decir el canon literario y que se significa en el par de cabezas, guardadas en el baúl (Archivo) que replican a la actriz. Las dos cabezas de Dominga, que además de ser el pretexto del enredo con el inquisidor y la marquesa de Riaño, vienen a simbolizar la ambivalencia del personaje, dualidad que se resuelve en la poesía: una significa sus raíces ibéricas, la otra el gusto por la cultura prehispánica, y la tercera, la Dominga de carne y hueso, es la transculturación que a manera de crítica, y como uno de los tantos ejemplos de la pieza, se observa cuando Ricelo recrimina a la actriz que ha dejado de usar el voseo.  
          El tono inquisitorial de la pieza, evoca algunas de las leyendas que compilaría Luis González Obregón, hacia 1923; entre ellas La Mulata de Córdoba. Pudiera pensarse que el final de la pieza de Argüelles sería similar al de la leyenda mencionada: Dominga, a punto de morir bajo el rigor de Lupercio, encontraría la salvación en Tecatzin. Pero la resolución que presenta Argüelles, como terminaría toda comedia del Siglo de oro, expone la tradición ibérica, evidenciando nuevamente el sincretismo que menciona González Echeverría.
 
 
 COMENTARIO DE "UN CLARO EN LA SELVA: DE MACONDO A SANTA MÓNICA"
 
En el capítulo de “Un claro en la selva: de Macondo a Santa Mónica”, Roberto González Echavarría presenta una de las discusiones fundamentales de la narrativa latinoamericana: el desgaste de los mitos y situaciones  precolombinas. El crítico considera que esta inclinación literaria, como lo es la épica en la literatura española, se debe a que el mito recrea el origen, principio que se significa en el desarrollo de la historiografía  latinoamericana y cuyo portavoz ha sido la novela. Glez. Echavarría considera que el mito es la materia primordial de la narrativa latinoamericana, como la historia lo ha sido a otras tradiciones literarias, en las que la que la ficción se ve filtrada a través de otros marcos textuales como la epístola, el manuscrito o la crónica. Estas estrategias narrativas, sobre todo a partir del desarrollo del Nuevo historicismo, en la literatura latinoamericana se ha incorporado además el pasado mítico en narrativas como la de Carlos Fuentes, basta recordar su cuento Chac Mool, o en la de José Emilio Pacheco, dando cuenta de injerencia en la posmodernidad y en lo que Milán Kundera,